viernes, 18 de abril de 2008

Ir al psicólogo? Estás loco?

Alguna vez le sugerí a una ex pareja que iniciara una terapia. Yo creo que le hubiera parecido mejor que le de una patada o le clave una espada al estilo de la Turman en “Kill Bill”.
Y es que, a pesar de vivir en el siglo XXI, muchos piensan aún que ir al psicólogo sólo es para esquizofrénicos o para aquellos aquejados por graves enfermedades mentales.
Sin embargo, este resulta ser un mito, del mismo calibre como que la mayonesa se corta si la preparas en “esos días” o que el “coitus interruptus” es un método anticonceptivo seguro.
La locura ha sido un tema tabú a lo largo de la historia; será porque lo desconocido siempre nos causa miedo y aprehensión, tal vez porque nuestra cultura no estimula el acercamiento al propio psiquismo. No obstante, los libros de autoayuda son un boom y los podemos comprar en cada semáforo de nuestra ciudad.
¿Qué diferencia hay entre leer “¿Quién se llevó mi queso? “Yo tengo tu queso” o “Preparemos cheesecake” e ir al psicólogo? Pues una muy grande.
La experiencia terapéutica es por demás saludable y aporta una cuota de estabilidad y equilibrio que toda persona necesita. Ya un famoso columnista y sociólogo ha reconocido públicamente que el haber hecho una psicoterapia ha sido una de las mejores inversiones de su vida. Tal vez esté aquí el quid del asunto: otro estigma de la psicoterapia es que supone acribillar nuestros bolsillos y, seamos honestos, nadie está como para tener un presupuesto aparte dedicado a sentirse mejor; claro, tal vez sí para el Chivas del fin de semana, total, el bienestar es inmediato…Sin embargo, y bajo riesgo de que los psicoanalistas tradicionales me envíen un par de sicarios, no todas las psicoterapias tienen que costarnos un ojo de la cara. Hay buenos psicoterapeutas en nuestro medio que cobran precios razonables por brindar su trabajo profesional y responsable.
Podría agregar que otra razón que nos impide ir al psicólogo es que tenemos una parte de nuestra psique que hace todo lo posible por mantener el statu quo de la enfermedad mental (léase lo que nos hace sentir mal), son las llamadas “defensas”, pero, prefiero no correr el riesgo de sonar muy teórica ya que mi intención es acercar la psicología y sus beneficios al resto de mortales. El problema con las defensas es que a veces toman mucho tiempo en romperse, en ocasiones se necesita de la muerte de un familiar, la ruptura de una relación o la pérdida del trabajo para que uno se anime a buscar ayuda.
La caída de mi “defensa de Berlín” fue la conciencia de que para formarme como psicoterapeuta necesitaba pasar por la experiencia de ser paciente; ya en mi primera sesión me di cuenta de que habían otros asuntos por resolver. Y, claro, ¿acaso el ser psicóloga me libraba de ser humana, de tener padres, malas relaciones, un núcleo neurótico, paltas con mi cuerpo, o de llamar “Edipo” a mi gato? Para nada.
Y es que pasar por una psicoterapia, larga o corta, según las necesidades del paciente, no es de locos ni mucho menos. Si cuidamos de nuestro cuerpo pagando membresías a los gimnasios más exclusivos, si contratamos a un “personal trainer” aunque sea entre cinco, si nos suscribimos a la dieta de “South Beach” y por demás etcéteras para cuidar nuestra salud física; ¿Por qué no ir a un psicólogo para cuidar nuestra salud mental?
Tal vez si el ex del que hablaba al principio hubiera seguido una terapia, aún estaríamos juntos, casados, llenos de hijitos y labradores; o, tal vez, efectivamente, separados, pero con la convicción de que era lo mejor para nosotros, entendiendo que era imposible seguir caminando juntos si cada quien tenía un norte diferente, pero, sobre todo, tranquilos y sin rencor. Los resultados no van a ser necesariamente de película, no hay magia en la terapia, sólo una mayor y mejor comprensión de nosotros mismos.
¿Por qué seguir con el miedo de tener una mejor calidad de vida? ¿Por qué no creer que podemos ser felices la mayor parte del tiempo? ¿Por qué no querernos más? ¿Por qué no creer que, muchas veces, todo eso se logra con ayuda? ¿Por qué no cambiar?


Fernanda Gómez de la Torre Zöllner
Psicóloga Clínica.